14 julio 2011

El Corazón de la Realeza

Otro.
Y otro más.
En cada recaudación aparecían más campesinos dispuestos a entregar sus ofrendas al rey, y es que, en el año 1359, en un extenso pueblo de la zona noreste de lo que actualmente es Europa, no existía igualdad entre nadie, solo monarquía absoluta... muy absoluta.
Al acabar el día de la ofrenda, al rey se le veía triste, apenado, mirando con desprecio todas sus pertenencias millonarias y suspirando a cada segundo que transcurría. Extrañado, uno de sus bufones procedió a conversar con su superior.
- Disculpe, Vuestra Merced, ¿podría preguntar qué sucede? No estoy viendo menor entusiasmo por estas pertenencias vuestras.
El rey, que ganaba a todos en lo que a desprecio se refiere, no dijo nada, solo se levanto de su dorado trono y miró intensamente a su bufón, la cual, más que vistazo se podría definir como acecho. El pequeño hombrecillo captó en seguida el mensaje que transmitía la mirada de su superior, pues no tardó ni cinco segundos en alejarse.
El Señor se acercó a paso lento hacia el pequeño balcón que yacía en la parte derecha del castillo, y, suspirando una vez más, se dispuso a mirar al cielo.
- Sorprendente -Exclamó.
Su excelencia quedó impresionado con el brillo de una de las estrellas del Universo exterior, mas solo verla realizó un intento de hablar con ella.
- Estrella, ¿me escuchas?
El astro parpadeó dos veces y, el rey, que no conocía absolutamente nada del espacio, entendió aquel gesto como un "sí". Entonces, comenzó.
- Verás, Estrella, si me escuchas espero que me aconsejes bien y me acompañes en todo momento, porque haré de vos mi más preciada amiga. Quizás la única que tenga.
El ente volvió a parpadear, ahora tan solo una vez. Él sonrió y prosiguió.
- Mira, yo siempre he tenido toda clase de riquezas - Comentó el rey- Pero, aún así, siento un vacío, un intenso vacío en mi corazón. No sé lo que me curre, pero duele. Tal vez... sea que me falta amor, sí, puede ser éso, o al menos es lo que me dice mi siervo Escladio, pero algunos lo toman por loco, así que necesito consejo, dime, ¿es éso?.
La estrella parpadeó otras dos veces, parecía a simple vista que entendía las palabras del rey, es más, el propio Señor afirmó que le escuchaba.
- Y dime, Estrella, ¿podré contarte todo lo que me pase?
Quizás fuera casualidad, pero aquel astro volvió a apagarse y encenderse tres veces más en ese instante.
Entonces, su Merced hablo sin tapujos, se desprendió de su envoltorio arrogante, y se convirtió en un hombre sensible y romántico. Comenzó.
- Verás, yo siempre he querido hacerme con el corazón de alguna dama, o, aunque sea, un pedacito de su alma. Me siento solo y...

12 julio 2011

El último Café



Lo había arruinado todo.
Mi egocentrismo e indecencia me llevaron a perderla.
Fue una mañana, como otra cualquiera, cuando ella se marchaba por la puerta trasera, y, en sus manos, las maletas. Me decía con ojos llorosos que ya no aguantaba, que me iba cuando más me necesitaba, que en los días alegres, ya ni estaba, y se sentía sola como una criada.
- El amor se terminó- Pronunció- y no hay otro remedio que marcharme para siempre.
- Espera, por favor, no te vayas- La detuve un instante- Esta tarde. Esta tarde, a las cinco y media en el bar donde siempre íbamos, por favor, arreglemos esto.
Ella no dijo nada más, simplemente, se fue. En ese momento, sentí cómo el mundo se derrumbaba a mis pies.

Ya por la tarde, en el local mencionado esperé. hicieron las seis, ella aún no había llegado y ya, las esperanzas, se me habían esfumado.
De pronto, sí, la veo aparecer por la esquina, directa al bar. No venía contenta, y ni me miró a la cara, pero sentía que era una oportunidad.
Ya sentados en la mesa, yo con mi capuchino de siempre, ella con su café con algo de leche, comenzó a explicarme.
Ni os lo imagináis, no podéis saberlo a ciencia cierta cómo sus palabras se clavaban en mi corazón. Cada una de las frases que soltaba por su boca, eran ciertas, dolorosas, sí, pero ciertas. Mientras ella bebía un sorbo de su líquido envasado, pensé cómo podía haberla hecho sufrir tanto, si la amaba. Sus palabras ahora rebotaban en mí, hacían mella, pero rebotaban, seguía pensando en todos esos momentos que compartí conmigo mismo y no guardé para ella, en los que sentía que nuestro amor seguí florecido, cuando se marchitó hacía mucho. Ella ingirió otro sorbo. 
- El café- Pensé.
Sí, el café, cuando, de ese vaso, se viera el fondo, se marcharía, y yo no la vería nunca más, jamás la volvería a tener entre mis brazos, y, mucho menos, probar el aroma de sus labios.
Ya quedaba menos de media taza, cuando me limité a repasar esos cuatro años junto a ella, donde ni caso le hice.
- Tantos momentos que pude estar con ella y no lo hice- Pensé con ojos llorosos mientras ella me continuaba echando en cara todos estos años. Y tenía razón.
Por lo transparente del vaso, pude comprobar que no le quedaban más de dos tragos para completar su tentempié. Fue entonces cuando, en apenas cinco segundos, cerré los ojos y pensé todo lo que hubiera sido si le hubiera prestado aunque sea un diez por ciento más de atención y cariño.

Penúltimo sorbo. No me lo podía creer, que se fuera a ir y nunca más poder conservarla. me dolía saber que jamás podría volver a abrazarla. Mientras ella seguía concluyendo sus sermones, yo ya me sumía en la profunda soledad. Tanto que la amaba, y aún la amo, pero no la supe valorar.

Y se acabó. El sonido contra la mesa de aquel vaso ya vacío me rebotó en lo más profundo del alma. Sabía que se había acabado.

Su despedida fue seca, y fue para siempre, mientras la veía marcharse por la puerta, no solo a ella, sino a lo que ahora sí comprendía: fue mi mundo. Un mundo que ya he perdido por culpa de mí mismo, y ya nunca, jamás volveré a tenerlo. 

Comprobé lo que "la nada" significa tener, tras su último café.