Y otro más.
En cada recaudación aparecían más campesinos dispuestos a entregar sus ofrendas al rey, y es que, en el año 1359, en un extenso pueblo de la zona noreste de lo que actualmente es Europa, no existía igualdad entre nadie, solo monarquía absoluta... muy absoluta.
Al acabar el día de la ofrenda, al rey se le veía triste, apenado, mirando con desprecio todas sus pertenencias millonarias y suspirando a cada segundo que transcurría. Extrañado, uno de sus bufones procedió a conversar con su superior.
- Disculpe, Vuestra Merced, ¿podría preguntar qué sucede? No estoy viendo menor entusiasmo por estas pertenencias vuestras.
El rey, que ganaba a todos en lo que a desprecio se refiere, no dijo nada, solo se levanto de su dorado trono y miró intensamente a su bufón, la cual, más que vistazo se podría definir como acecho. El pequeño hombrecillo captó en seguida el mensaje que transmitía la mirada de su superior, pues no tardó ni cinco segundos en alejarse.
El Señor se acercó a paso lento hacia el pequeño balcón que yacía en la parte derecha del castillo, y, suspirando una vez más, se dispuso a mirar al cielo.
- Sorprendente -Exclamó.
Su excelencia quedó impresionado con el brillo de una de las estrellas del Universo exterior, mas solo verla realizó un intento de hablar con ella.
- Estrella, ¿me escuchas?
El astro parpadeó dos veces y, el rey, que no conocía absolutamente nada del espacio, entendió aquel gesto como un "sí". Entonces, comenzó.
- Verás, Estrella, si me escuchas espero que me aconsejes bien y me acompañes en todo momento, porque haré de vos mi más preciada amiga. Quizás la única que tenga.
El ente volvió a parpadear, ahora tan solo una vez. Él sonrió y prosiguió.
- Mira, yo siempre he tenido toda clase de riquezas - Comentó el rey- Pero, aún así, siento un vacío, un intenso vacío en mi corazón. No sé lo que me curre, pero duele. Tal vez... sea que me falta amor, sí, puede ser éso, o al menos es lo que me dice mi siervo Escladio, pero algunos lo toman por loco, así que necesito consejo, dime, ¿es éso?.
La estrella parpadeó otras dos veces, parecía a simple vista que entendía las palabras del rey, es más, el propio Señor afirmó que le escuchaba.
- Y dime, Estrella, ¿podré contarte todo lo que me pase?
Quizás fuera casualidad, pero aquel astro volvió a apagarse y encenderse tres veces más en ese instante.
Entonces, su Merced hablo sin tapujos, se desprendió de su envoltorio arrogante, y se convirtió en un hombre sensible y romántico. Comenzó.
- Verás, yo siempre he querido hacerme con el corazón de alguna dama, o, aunque sea, un pedacito de su alma. Me siento solo y...